Mujercita.


jamás perdidas.

Es cierto, de lo único que me siento irrenunciablemente orgullosa es de no haber perdido nunca las llaves (y últimamente de lo largo y saludable de mi cabello, puedo hacerme mil peinados, pero no los hago). Desde que tuve edad y responsabilidad de cargar con un llavero, jamás lo perdí, lo olvidé o me lo robaron. Para mi las llaves eran un tema, siempre las quise. Me gustaba ver en la tele escenas de gente entrando a sus casas o departamento, ilustraba ese momento como un hecho que no podía infundir más que independencia, decisión y libertad. Y eran cosas que desde que aprendí a escribir comencé a anhelar. Por agrandá, adelantá, ansiedá e intensidá. Quería escribir historias y que fueran mis historias.

Empecé a disponer de mis tiempos fuera de casa bien cabra chica, estaba en octavo y mi mamá decidió que ese año la plata y los pelos no daban para andar acarreándonos en un furgón escolar, así que para mí ese fue el año de empezar a caminar sola y aprenderme las calles; de escoger con quién volver a la casa y si me quedaba más rato por ahí. No abusé, era ansiosa pero miedosa, así, hasta que me gustó un cabro en la mala onda, nunca me retaron por la gestión de mi tiempo callejeando. Mi hermana fue precoz, como nos llevamos por año y medio quedó dos cursos más abajo, no obstante hizo todo primero que yo, eso hasta que mi cuerpo se desarrolló (jaja). La Maca pololeó primero que yo, llegó tarde primero que yo, lloró primero que yo y la retaron primero que a mí. A pesar que a los dulce trece años empecé a salir sola, no tenía llaves, mi mamá siempre estaba en casa para abrir la puerta. Hasta segundo medio, que nos mudamos y los tiempos de traslado, no hacían coincidir a ninguno respecto a las horas de llegada. Entonces ese año para mi cumpleaños, mi santa madre me regaló un llavero de Piolín. Era de goma. Ese me acompañó hasta que me fui de la casa por primera vez. En realidad me arranqué y a esa altura ya estaba bien mordido. Luego me fui otro par de veces, pero Piolín estaba en estado de chupete, y yo ya no quería parecer puberta cargando el llavero en la mochila. Lo cambié por uno muy bonito que me regalaron en Paris por comprar no sé qué cosmético, era súper femenino y acorde a mi poder adquisitivo, a la gente con la que me empecé a codear y a mi cartera. Ese fue mi llavero que tampoco perdí hasta que lo dejé definitivamente en una cartera en la casa de mi mamá, cuando me fui a vivir sola al departamento.

Nunca las perdí. Y las del departamento tampoco aún. Esas tuvieron de llavero un abretapas de axe que me regalaron, nada femenino, pero ultra salvador cuando vives solo. Me salvó de los asuntos más insólitos, hasta que unos pacos me lo quitaron y tiraron a un container de artículos no permitidos para el concierto de Rammstein. Creo que nunca sentí tanto algo que parecía tan insignificante. Como casi todas las cosas, ese llavero tenía un significado simbólico. Hoy acompañan las llaves un soldado de Vader, un Winnie the Pooh homeless y un hermoso llavero del mejor equipo del mundo, traído directamente desde la Tienda del Barcelona FC de España.
Nunca olvido salir sin ellas, ni dónde están, porque cada vez que estoy en el umbral de la puerta abriendo, siento la libertad que desde niña busqué. Es como sentir el cielo en tus manos por dos segundos, todos los días. Y si sobrevivo a este update, tengo seguros dos segundos de felicidad.

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1 Respuestas to “jamás perdidas.”

  1. # Blogger PALVACONST

    MI LLAVERO ES SEGURITO DE LA ACHS SIEMPRE FIEL.  

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