El otoño se ha llevado casi todas las hojas del árbol que intenta crecer fuera de mi casa pese a lo duro de las condiciones, debe envidiar fervientemente al naranjo y al naranjo mandarín que están en el jardín que han crecido raudos y fuertes y han traído frutas verdaderamente exquisitas.
Pensar que ese árbol tiene años ahí y aún no es fuerte, pareciera estar seco. Cada mañana cuando salgo camino a la oficina, miro las hojas esparcidas por toda la entrada, son hojas grandes, marrones, húmedas. Y claro, me cago de frío. Y pienso en el pobre árbol.
Y en la pobre de mí.
Yo que odio devotamente cada día tener que levantarme a pelear otra vez, yo que respiro profundamente y se me enfría el alma, yo que no espero y me decepciono igualmente. Yo que crecí y que espero de la vida más de eso. Yo que defraudada y desinteresada de sentimientos me comencé a inundar de algo casi nuevo, por su forma. Iba caminando y se cruzó, se puso a mi lado y me dijo hola. Y hoy me acompaña de la mano por la vida. Hoy sin afán de ventilar, porque lo que más quiero es protegerlo, declaro una sensación de tranquilidad y un sentimiento profundo por este maravilloso hombre, que está permitiéndome crecer.
A veces cuando miro las hojas que están desparramadas, pienso en él, pienso en el otoño y en el frío. En las noches despejadas, en las lunas que he visto a su lado. A veces pienso egoístamente en mí y en que a ratos quiero nada. Pero es mirar esa sonrisa y olvidarme que existo, que soy. Es dejar de ver el fango por todos lados, es estar en ese mundo, es ser feliz. Quizá el árbol es feliz en su mundo inerte, por eso deja caer con delicadeza sus hojas, para vestirse con un verde vestido otra vez en primavera, cuando vuelva a ver sonreír el sol.
(Ciertamente, siendo estupido serás feliz...)
Pensar que ese árbol tiene años ahí y aún no es fuerte, pareciera estar seco. Cada mañana cuando salgo camino a la oficina, miro las hojas esparcidas por toda la entrada, son hojas grandes, marrones, húmedas. Y claro, me cago de frío. Y pienso en el pobre árbol.
Y en la pobre de mí.
Yo que odio devotamente cada día tener que levantarme a pelear otra vez, yo que respiro profundamente y se me enfría el alma, yo que no espero y me decepciono igualmente. Yo que crecí y que espero de la vida más de eso. Yo que defraudada y desinteresada de sentimientos me comencé a inundar de algo casi nuevo, por su forma. Iba caminando y se cruzó, se puso a mi lado y me dijo hola. Y hoy me acompaña de la mano por la vida. Hoy sin afán de ventilar, porque lo que más quiero es protegerlo, declaro una sensación de tranquilidad y un sentimiento profundo por este maravilloso hombre, que está permitiéndome crecer.
A veces cuando miro las hojas que están desparramadas, pienso en él, pienso en el otoño y en el frío. En las noches despejadas, en las lunas que he visto a su lado. A veces pienso egoístamente en mí y en que a ratos quiero nada. Pero es mirar esa sonrisa y olvidarme que existo, que soy. Es dejar de ver el fango por todos lados, es estar en ese mundo, es ser feliz. Quizá el árbol es feliz en su mundo inerte, por eso deja caer con delicadeza sus hojas, para vestirse con un verde vestido otra vez en primavera, cuando vuelva a ver sonreír el sol.
Etiquetas: árbol, diario de vida, fango, hojas, naranjas, verde
Socita
Le tenemos nuevo test.!!
Y recuerde que pal frío
el copi copi es calentito…
Saludos,
The Yeguas.