Primero que todo. FELIZ CUMPLEAÑOS AMIGA.
Si que estuvo tormentoso este día en Santiago. Lo más triste es que cuando pasan esas cosas memorables de la vida yo estoy clavada oficineando. Pero no, no. No, lo más triste es no tener ventana para disfrutar de un octavo piso cómo se quiebra el cielo oscuro para poner un nuevo cristal y poder contemplar las estrellas brillantes, relucientes con la luna alumbrando el azul oscuro de la noche. Bueno, me metí a la oficina del jefe con la Ninón como dos cabras chicas que en la vida habían visto sendos pedazos de hielo derretirse en la ventana del jefe que hablaba afanoso por el móvil. Entre los edificios lucía una enorme cortina de gotas que, curiosamente, parecía caer feliz en medio de la luz del tibio sol de invierno.
Volví al teléfono. Pero no contenta con la súper vista de la oficina de mi jefe, me fui a las ventanas del entrepiso, me encaramé en el pasamano y ahí entreabrí la ventana y espiaba la entrada VIP del Ministerio (aunque de un tiempo a esta parte la entrada VIP es la entrada principal, nunca la abren). Me cayeron dos pedazos de hielo en la mano que estiré para ver si me caía algo que no fuera ¿agua?. Y con un reventón de globo de chicle reventaron mi burbuja en la que me estaba a comenzando a elevar. Plaza. Idiota me asustaste.
No le dije nada más aunque pude haberlo hecho. Él aún no sabe que yo tengo sueños premonitorios y que quizá contándole esos sueños, intenté advertirlo. Pero es Plaza.
La lluvia siguió. Empapó todo. Y después que nos dejó, brillo todo. Pero todo. El suelo, los edificios, las micros, las personas. Todo. El paradero del metro Moneda parecía una postal.
Y no sé. Quedan veintiún días para el solsticio de Junio. El día más corto y la noche más larga, y ya hubo una lluvia torturadora. Torturadora para los usuarios del Transantiago.
De sólo mencionarlo ya me estresé.
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