Me enojé y me estresé demasiado.
Sí, porque es bien triste darse cuenta que las personas que tú consideras amigos, no te consideran a ti (no te consideran de ninguna manera).
Y entonces me pongo a pensar en lo trascendente que es para mí la etiqueta de ‘amigo’.
Suelo no pedir mucho para llamar a la gente así. No, no mucho. Un poco de paciencia, confianza y disponibilidad. Pero así a cualquiera le pegamos el sticker.
Y recordando tiempos ajenos, me pregunté qué es para mí ser amiga. Cómo soy yo como amiga. Y me di cuenta que ese es el único requisito que se debe esperar de alguien que amerita llamarle amigo: Incondicionalidad.
Y Gracias a Dios, tengo algunos de verdad. Coincide que dos de las personas más incondicionales e importantes en mi vida cumplen veinte años este mes.
Helen. Ay, que obvio no se llama Helen, pero para mí es mi Helen. Mi amiga, de verdad. Cuando alguien la llama Elena para mí esa persona no la quiere o no hay ningún grado de confianza, ni de aprecio. Para mí es Helen y punto. Hace un par de semanas le pedí que nos juntáramos a almorzar, pero como en su trabajo son unos perros tenía cuarenta y cinco minutos o media hora de colación. Y yo tengo dos horas. Para peor, fue con una compañera de trabajo hedionda de desubicá. Pero ella estuvo allí igual y me regaló una jalea. Mañana cumple los veinte y de verdad no sé qué haría si no pudiera llamarla a ella mi mejor amiga. Agradezco que le hayan pegado en el poto hace veinte años.
Diego. Él es Diego Armando. Y es un cielo. Cumplió los veinte el sábado (durante todos los años que lo tuve lejos siempre lo recordaba, porque su mamá cuando chicos, nos contaba que él había nacido cuando la Cecilia Bolocco fue coronada Miss Universo). Y todavía no le entrego el regalo. Creo que por personas como él, hay mujeres como yo. (Uy, quedó pasao a cebolla). Soy feliz que hayan traído a este mundo a mi Diego Armando. Obvio.
Y a Mauro también, pero eso es diferente. Es mi amigo que es mi hermano. Los quiero mucho par amigotes.
Ja, yo quedé en mi cabeza con esa cosa de que los amigos son los buenos y los amigotes son con los que te mandas las cagás, porque mi mamá siempre decía eso. Pero para mí esos también son amigos.
Lo hermoso de mi vida actual es que me está yendo bien en la U, a pesar de todo, y que estoy trabajando para hacerme vegetariana. (Estoy trabajando con la cabeza de mi mamá y con mi nueva dieta).
Lo triste es que sigo, a pesar de todo (insistentemente), sin tener tiempo para las cosas guenas de la vida. Y lo heavy es que mi amiga Helen tiene entradas para ir al Roccola, que creo que se llama así, y yo para la Luxor gratis. Y ella no sabe. A ver si este mes aunque corta, tenga espacio para la distracción.
Sí, porque es bien triste darse cuenta que las personas que tú consideras amigos, no te consideran a ti (no te consideran de ninguna manera).
Y entonces me pongo a pensar en lo trascendente que es para mí la etiqueta de ‘amigo’.
Suelo no pedir mucho para llamar a la gente así. No, no mucho. Un poco de paciencia, confianza y disponibilidad. Pero así a cualquiera le pegamos el sticker.
Y recordando tiempos ajenos, me pregunté qué es para mí ser amiga. Cómo soy yo como amiga. Y me di cuenta que ese es el único requisito que se debe esperar de alguien que amerita llamarle amigo: Incondicionalidad.
Y Gracias a Dios, tengo algunos de verdad. Coincide que dos de las personas más incondicionales e importantes en mi vida cumplen veinte años este mes.
Helen. Ay, que obvio no se llama Helen, pero para mí es mi Helen. Mi amiga, de verdad. Cuando alguien la llama Elena para mí esa persona no la quiere o no hay ningún grado de confianza, ni de aprecio. Para mí es Helen y punto. Hace un par de semanas le pedí que nos juntáramos a almorzar, pero como en su trabajo son unos perros tenía cuarenta y cinco minutos o media hora de colación. Y yo tengo dos horas. Para peor, fue con una compañera de trabajo hedionda de desubicá. Pero ella estuvo allí igual y me regaló una jalea. Mañana cumple los veinte y de verdad no sé qué haría si no pudiera llamarla a ella mi mejor amiga. Agradezco que le hayan pegado en el poto hace veinte años.
Diego. Él es Diego Armando. Y es un cielo. Cumplió los veinte el sábado (durante todos los años que lo tuve lejos siempre lo recordaba, porque su mamá cuando chicos, nos contaba que él había nacido cuando la Cecilia Bolocco fue coronada Miss Universo). Y todavía no le entrego el regalo. Creo que por personas como él, hay mujeres como yo. (Uy, quedó pasao a cebolla). Soy feliz que hayan traído a este mundo a mi Diego Armando. Obvio.
Y a Mauro también, pero eso es diferente. Es mi amigo que es mi hermano. Los quiero mucho par amigotes.
Ja, yo quedé en mi cabeza con esa cosa de que los amigos son los buenos y los amigotes son con los que te mandas las cagás, porque mi mamá siempre decía eso. Pero para mí esos también son amigos.
Lo hermoso de mi vida actual es que me está yendo bien en la U, a pesar de todo, y que estoy trabajando para hacerme vegetariana. (Estoy trabajando con la cabeza de mi mamá y con mi nueva dieta).
Lo triste es que sigo, a pesar de todo (insistentemente), sin tener tiempo para las cosas guenas de la vida. Y lo heavy es que mi amiga Helen tiene entradas para ir al Roccola, que creo que se llama así, y yo para la Luxor gratis. Y ella no sabe. A ver si este mes aunque corta, tenga espacio para la distracción.
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