Mujercita.


Más que eso

Y qué le voy hacer. Seguir contando las gotas que convertiré en dolor. No.
Yo sé que no va hacer eso.
Sí. Es lo que haré. Aunque no quiera lo haré.

Claro. Ahí va la muy perra. Sí yo mismo la vi. La vi cuando se le acercó y cuando sus labios pasaron aparentemente débiles por su oído, pero no. Nada de eso, yo estuve allí cuando ella los tocó y fingían una conversación casual. Pero la casualidad no era invitada de nadie ese día. Ni yo tampoco. Por eso accedí embriagado a mi pensamiento de quedarme y guardar el silencio prolijo que hasta entonces había conservado incólume.
Y yo la vi también cuando miró con desconfianza pretendiendo no ser descubierta y se lanzó emocionada a los brazos del desconocido. Tuve que morder mis labios para contener el descaro de esa hembra ganosa yo no sé de qué. Yo que le había dado todo lo que cualquier mujer espera de la vida en un hombre. Todo e incluso un poco más, me había esforzado un poco más siempre por ella, pero a ella no le importa nada. No hay nadie en que haya visto tal rostro de regocijo simplemente por estar entre los brazos de un miserable y vulgar cretino. Porque yo no creeré jamás que él no lo sabe. No creeré jamás que ese infeliz no sabe que esa mujer bella y voluptuosa, de aparente clase y respetada, inalcanzable, no tiene alguien a quien darle de comer cada noche. No creeré que no sepa que el constante gemido que emite cada vez que la estrechan es por los embarazos complejos que tuvo. No creeré que desconoce la existencia de un infeliz que espera cada noche por volver a tocar su cuerpo con el desenfreno de un amante pero en licitud. No lo aceptaré.
Y ahí sigue. Ahí va, caminando embelesada en el cabello sucio y despeinado del hombre. Ahora está más tranquila. Ya no existe su anterior preocupación por ser sorprendida, se detienen. Está ahí, lujuriosa, moviendo cadenciosa las caderas en las piernas de ese hombre, sentado en un mugroso asiento del Parque Bustamante y seduciendo su boca frente a las miradas curiosas de unos estudiantes. Yo no sé cómo pero sigo aquí, parado y mirando, mirando y mirando. Miro el reloj. Mi paciencia roda desde mi sien hasta estrellarse suicida en mi brazo. Pero sigo aquí. No sé hasta qué punto seré capaz de soportarlo. La hoja de Antonia en la oficina había roto mi mano. La llaga me fastidia y me devuelve a la realidad cada tres minutos. Es como un trago. Like a drink ella me reprocharía. Pero a él no.
De él sólo espera un par de espolonazos y un sorbo de lo que ella sabe. De él espera un zumbido en la cabeza, un zumbido que ella misma inventa.
Insiste ahora con su pelo. Yo sé que lo quiere llevar a un par de cuadras por ahí. Y no lo desea. Sólo quiere sentirse más hembra. Una fierecilla del bosque. Una zorra en busca de agua, en busca del río. Pero por qué, para qué.
Ay no. Difícilmente vaya a evitar lo inevitable. A detener lo inexorable.
Ya ha metido con desvergüenza su mano por las bragas. Ella está inmóvil e inquieta. Ríe y sufre. Goza y se asquea. Pero el hombre ha humedecido sus manos con el elixir de su mierda de sed… Y esa mujer, mi mujer, ya es de él. Yo desde aquí sólo miro. Qué más puedo hacer.
Ser voyerista es más que sólo ver.

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