Y apareció ahí en el ascensor, de la nada, cuando yo esperaba junto con mi amiga y otras personas lo mismo. Y no sé qué me pasó cuando lo vi, me sentí extraña, mínima y hasta estúpida. Se me secó la boca, y se contrajeron las pupilas. Y él se paseaba galante, cual macho custodiando su presa en la selva. (Qué pésima comparación…¬¬)
El caso es que estaba ahí y yo. Y no sé qué fue exactamente, pero sentí esa puta atracción que me provoca ese hombre. Tan tosco en apariencia, frío, impertérrito, pero con unos ojos encantadores, que sólo relucen al acercarse, al intentar invadirlo, sólo entonces no puede ocultarlo, ese es.
Mi boca habló sola, susurró ‘¿subes?’, mis ojos se fijaron y no se retiraron de su figura ni un solo instante, mientras el asentía para responder. Silencio, silencio, silencio, y más silencio. Siempre deja una estela de silencio, como si de eso respirara.
Entonces sonó el ascensor bajándome de golpe a la realidad, volviendo a oír la conversación insensata de mi amiga y recordando los deberes.
Todos habíamos abordado el ascensor y me lanzó una fugaz mirada que perdió luego en su reflejo en el espejo y en sus zapatos brillantes. Mientras yo no podía dejar de observarlo, la tibia tentación de sus labios, sus rasgos de seriedad, su conversación falsa y su voz surreal (para mí, claro).
Mis ojos husmeando entre su cuello, sintiendo su aroma a macho, un hombre de verdad, mi mirada persiguiendo la anchura de sus piernas, enredándome en ellas, hasta quedarme atrapada en su cinturón, deseando más que abrirlo, más que tocarlo. La gente desapareció y yo estaba frente a él, descontrolada, como un animal que no espera, que no permite, que no pregunta, que arrastra y rasga, que huele y muerde, lame y exuda. Allí frente a él y él con sus ojos fijos en mis labios, nada más que en mis labios, no evitando nada. Inmóvil, pero entregado. Completo, era perfectamente mío, hasta que sonó nuevamente el ascensor con el número tres. Tres. Y me desplomé otra vez en la reducida realidad de un par de metros cuadrados forrados en espejo y olor a metal. Me miró y lo miré, casi se me fue el aliento persiguiendo su aroma, dibujando rauda los pliegues de su espalda.
Ya no puedo esperar más. ¿Estoy enamorada o estoy caliente? No sé, pero temo responderme esa pregunta enredada en unas sábanas duras y pasadas a fluidos corporales de extraños, mientras mi corazón quizá lata desenfrenado llorando en el pecho de un tipo que buscaba algo que yo también pero que por ser cóncava quizá me enamoré. Y él por ser convexo me secaría la lágrima y me besaría una última vez, pero no sé, eso aún no lo sé.
El caso es que estaba ahí y yo. Y no sé qué fue exactamente, pero sentí esa puta atracción que me provoca ese hombre. Tan tosco en apariencia, frío, impertérrito, pero con unos ojos encantadores, que sólo relucen al acercarse, al intentar invadirlo, sólo entonces no puede ocultarlo, ese es.
Mi boca habló sola, susurró ‘¿subes?’, mis ojos se fijaron y no se retiraron de su figura ni un solo instante, mientras el asentía para responder. Silencio, silencio, silencio, y más silencio. Siempre deja una estela de silencio, como si de eso respirara.
Entonces sonó el ascensor bajándome de golpe a la realidad, volviendo a oír la conversación insensata de mi amiga y recordando los deberes.
Todos habíamos abordado el ascensor y me lanzó una fugaz mirada que perdió luego en su reflejo en el espejo y en sus zapatos brillantes. Mientras yo no podía dejar de observarlo, la tibia tentación de sus labios, sus rasgos de seriedad, su conversación falsa y su voz surreal (para mí, claro).
Mis ojos husmeando entre su cuello, sintiendo su aroma a macho, un hombre de verdad, mi mirada persiguiendo la anchura de sus piernas, enredándome en ellas, hasta quedarme atrapada en su cinturón, deseando más que abrirlo, más que tocarlo. La gente desapareció y yo estaba frente a él, descontrolada, como un animal que no espera, que no permite, que no pregunta, que arrastra y rasga, que huele y muerde, lame y exuda. Allí frente a él y él con sus ojos fijos en mis labios, nada más que en mis labios, no evitando nada. Inmóvil, pero entregado. Completo, era perfectamente mío, hasta que sonó nuevamente el ascensor con el número tres. Tres. Y me desplomé otra vez en la reducida realidad de un par de metros cuadrados forrados en espejo y olor a metal. Me miró y lo miré, casi se me fue el aliento persiguiendo su aroma, dibujando rauda los pliegues de su espalda.
Ya no puedo esperar más. ¿Estoy enamorada o estoy caliente? No sé, pero temo responderme esa pregunta enredada en unas sábanas duras y pasadas a fluidos corporales de extraños, mientras mi corazón quizá lata desenfrenado llorando en el pecho de un tipo que buscaba algo que yo también pero que por ser cóncava quizá me enamoré. Y él por ser convexo me secaría la lágrima y me besaría una última vez, pero no sé, eso aún no lo sé.
Yo creo que estai caliente amiga.
:)
Pucha, tengo sueño y no mucho que decir, así que de ahí hablamos...
Holaaa, muchas gracias por ponerme en tu círculo de bloggers, me está gustando mucho tu blog, leeré algunas de tus entradas previas para irte conociendo mejor. ¡Muchos saludos!
P.S. Te agregaré a mi élite de bloggers. Bye.