Mujercita.


Esto no tiene nombre.

El metro se convirtió en algo insospechadamente macabro para mí.
La gente ardida y voluntariamente sometida a un martirio garantizado (garantizado por un módico pago de cuarenta pesos en horario punta y cero en horario valle si ya tomó troncal o alimentador) me estresa más que ver la cuestión rebozante de manos, pies, bolsas, rostros de ‘ni pensís en subirte, no veí que va lleno’ y la eterna espera para que parta. Pero estúpidamente (porque en verdad no hay otra palabra) estúpidamente insisto en irme en metro cuando podría irme en una micro que va relativamente llena, pagando lo que en horario valle y demorándome exactamente lo mismo, o incluso yo diría menos, que en el puto metro.

He colapsado ya cuatro de cinco de los días de esta semana rabeando para soportar la gente, que bien bestia que se pone pa sus cosas en el metro, y viendo pasar uno, dos, ok ya van tres, bueno cuatro, en el quinto me voy, mejor en el otro, ¿es que ya vamos en el siete?, pero dejen subir; ya son ocho, bueno si ya espere nueve, en el diez me voy seguro. Ok, ya estoy dentro y es el ¡doce!
Cuarenta minutos de espera. Indignante.
Pero hoy. Hoy me toco presenciar el desmayo de un hombre en el vagón del metro. Entre dos hombres fuertes lo sacaron, y lo que cargaban era un bulto, algo que estaba lacio e inconsciente. Me quedé inmóvil, pero observando. Se aglutinó (me encanta esa palabra) la gente alrededor de él y su madre, quitándole el poco aire que el pobre en su inconsciencia trataba de inhalar. Y todos gritaban eufóricos ¡guardia! ¡Guardia! Entre la multitud el tipo pequeño y alarmado pasó de largo del moribundo, y todos lo trataron de guevón, pero para mí ellos lo eran, que no dejaban ver al hombre tirado en el suelo. La gente del tren sacaba la cabeza para sapear qué pasaba, y estoy segura que más de alguno hasta se bajó sólo para copuchentear, mientras varios que esperaban subirse decían, esto sólo pasa en Chile, esto ya es intolerable, no hay derechos humanos, no hay respeto, esto es una mierda, encolerizados queriendo, yo sé de verdad lo sé, descargar todo con el guardia.
De a poco, y muy de a poco, se descongestionó el sitio en el que estaba el mino, y lo vi. Miré el metro y sentí miedo, miedo que me pasara eso a mí, claro. Noto cómo cada vez que el conductor dice, señores pasajeros próxima estación Los Héroes, lugar de combinación con línea dos, se me acelera la circulación, me cuesta respirar, y cuando me bajo en Moneda me laten las sienes generando un leve malestar en la cabeza, como de asfixia.

Llevaron una camilla para prestarle ayuda en un lugar más apropiado como ¿una oficina? Y mientras lo tumbaban seguía mirando el tren y pensando: esto ya lleva tiempo, ya es absolutamente insoportable la odisea que significa moverte en Santiago. La gente, los chóferes, el metro, las tarjetas.
Qué ganas de llevar a esta vieja de mierda a ver eso, a que ella, con su gordura armónica por cierto, se suba al metro en… ¡cualquier hora! Eso da igual, todo el día es lo mismo.
Imagino que yo teniendo veinte años me cago la cabeza a diario, me enfurezco, y desquitome con lo primero que se atraviese, cómo debe ser para el resto de las personas.
Indigno.

Luego tuve que contemplar a un chofer o inexperto o inoperante, que manejaba el tren a medio km por hora, que no cerraba las puertas del todo para avanzar y mientras una guardia lo ayudaba hizo partir la cosa y lo frenó de un suacate. Pero por Dios, si el noventa por ciento de las personas va de pie, ¿¿¿cómo hace eso???
Y por último, cuando me logro subir, y soportar que un viejo de tres metros y medio y seguro unos doscientos kilos se me echara encima en Los Héroes, recién en Unión Latinoamericana, me di cuenta que a mi lado iba una señora discapacitada, de pie e intentando afirmarse con sus muletas, y entonces renuncié.
Esta gueá no tiene nombre.

2 Respuestas to “Esto no tiene nombre.”

  1. # Blogger Miss Rydia

    Me da pena po, lo único que me da estos días es pena porque ya pasa los umbrales de la rabia. Aunque me sigue dando rabia que los hueones estos puedan subir el pasaje porque eso sería la última pelotudez.
    Yo tomo micros Transantiago en la mañana y se van menos llenas que lo lleno que estaba el metro la única vez que lo tomé, pero la pena de ahí es mirar al micrero mala onda que para donde quiere, anda enojado, le responde mal a las viejas que quieren bajarse y que frena fuertísimo y que, al final, es lo mismo que los retrasados de las micros amarillas.

    Tema vapuleado y todo, pero no cambia.
    Y ahora vienen las lluvias.  

  2. # Blogger Aída

    chingate una url!! jajajaaa



    me gusta tu blog  

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