No Hay Nada Mejor que una Buena Mentira
0 Comments Publicado by LaFeña el jueves, 14 de diciembre de 2006 a las 15:23.


Hace un par de días tuve una pesadilla. En realidad era un sueño, pero a mi entender era una pesadilla.
Desperté y tenía ganas de llorar.
Desperté y tenía ganas de llorar.
Se acabó el preu y sin más preámbulos debía entender que junto con eso y hace mucho también se terminó la historia que incineramos, y de la que no me hace honor recordar, excepto dos episodios. Episodios que se repiten incansables en mis momentos de inconsciencia y que me hace rascar con fuerza la costra seca de una herida que inventé para sentirme vulnerada, herida y dolida. Una mojigatería cualquiera, de niña cualquiera, pero de mujer usada creyéndose amada. Hoy se materializa ese dolor falso en sueños realistas, muy realistas, que al despertarme me hacen buscarte en mi cama, y al comprobar tu ausencia me hacen sentir nostalgia, pero de la desgarradora, como la de esta esa noche en que te volví a soñar y no pude evitar sentirme mortalmente triste y llorar por eso. ¿Cómo se puede extrañar tanto? ¿Cómo se puede dañar tanto con una tierna sonrisa?
Estábamos otra vez como en esos días, otra vez juntos. Tu con ese traje negro, yo no lo recuerdo. Y estabas ebrio como de costumbre, y yo arrebatada de felicidad, como no fue nunca mi cotidianeidad. Y me buscabas para lo mismo de siempre, pero con la ternura de aquellos episodios, como aquella vez en que me dejaste dormir en tu regazo, y me mantuviste abrazada durante todo mi exhausto sueño, diciéndome cosas lindas, las cosas del poeta maldito.
Y yo te recibía con la pasión de siempre, con la emoción e ilusión de siempre. Y nos ahogábamos en un beso de aquellos como el primero, profundo e intenso. Y te acercabas en una embestida tierna pero categórica, querías declararme de tu propiedad otra vez. Entonces me encerrabas sonriendo dulcemente, aprisionándome en la cama. Nos besábamos otra vez y entonces lentamente comenzabas a acurrucarte en mis brazos, a cobijarte en mi regazo y ahí, te quedabas tranquilo dormitando, pero acariciándome, no permitiendo jamás apagar el incendio que había comenzado en nuestros labios y amenazaba con incendiar toda la habitación. Entonces yo comenzaba a buscarte también y como estabas ya un poco desarreglado, metía mi mano por debajo de tu camisa, y tocaba una pequeña parte de tu piel descubierta, y me aterroricé por su suavidad, me enternecí hasta las lágrimas de felicidad y desperté.
Angustiadísima al saberte ausente.
Con el corazón apretado por la maldita suerte de este fin que no quería, hasta que me resigné.
Apretando los ojos para que no me vieran llorar, para tampoco permitirme llorar. Pero es extraño, es simplemente que a veces te extraño porque marcaste mi vida y mi sangre, mi piel y mi memoria. Te quedaste allí para siempre. Y ahora te dejo el espacio que tuve que quitar porque histérica y ciega de rabia dije lo primero que sentí cundo determinaste una tontera, porque tus pretensiones vacías no llenaban mis expectativas, pero sí mi alma.
Porque es cierto me has hecho falta, como la mentira más dulce que tuve suerte de probar.
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