No sé qué ponerle, ¿ya?
0 Comments Publicado by LaFeña el viernes, 1 de diciembre de 2006 a las 09:45.

Ayer nuevamente mi cuento se desinfló. Y esta vez tenía expectativas, a pesar de haber nacido en veinte minutos cargados de presión, de estress y todo eso. Así que estoy empezando a tomar medidas al respecto, pero conmigo.
Nadie va a saber, y por eso van a criticar las cuestiones con lo que se ve no más, pero nadie sabe lo que hay detrás de escribir un texto, un cuento para mi. No, y yo sentimentalmente creo que eso se valora, pero no.
Me gusta este taller literario, sí. Me gusta, pero hay cosas que no, inclusive, cosas de mí.
Por ejemplo, ayer dije una de esas frasecitas estilo"Antonella Ríos en Locos por el Baile" (claro que tengo que decir que la versión de este programa en el People&Arts es buenisíma, debe ser porque es la original y los famosos no son tan chanos), algo así como 'me gustó, porque está bien trabajado...' e inmediatamente de decirlo me lamenté por estar hablando pavadas y haciendo que otros oyeran pavadas, pero lo importante es que no repitieron la pavada.
Creo que no tengo idea de términos técnicos del trabajo de un texto, lo que digo siempre, sólo escribo, sólo sé que nada sé.
Por lo tanto, la primera medida que tomaré al respecto será no emitir juicios con esa clase de tonteras, o no decir nada. Quizá sí tenían razón, era predecible, pero a mi sí me gustó porque está súper apegado a la norma, y el esfuerzo que hice para que la cuestioncita no saliera onírica, no saliera que la cosa imaginaria, para que no saliera fácil.
Bueno, en fin. Es cosa de estilo, aparte lo mío no es el cuento, no suelo ser muy breve.
Tambien considero que amerita una limpieza, y un 'trabajar más el desenlace' (que sea impredecible) a ver si lo hago.
El hombre imaginario / vive en una mansión imaginaria / rodeada de árboles imaginarios / a la orilla de un río imaginarioDe los muros que son imaginarios / penden antiguos cuadros imaginarios / irreparables grietas imaginarias / que representan hechos imaginarios / ocurridos en mundos imaginarios / en lugares y tiempos imaginariosTodas las tardes imaginarias / sube las escaleras imaginarias / y se asoma al balcón imaginario / a mirar el paisaje imaginario / que consiste en un valle imaginario / circundado de cerros imaginariosSombras imaginarias / vienen por el camino imaginario / entonando canciones imaginarias / a la muerte del sol imaginarioY en las noches de luna imaginaria / sueña con la mujer imaginaria / que le brindó su amor imaginario / vuelve a sentir ese mismo dolor / ese mismo placer imaginario / y vuelve a palpitar / el corazón del hombre imaginario.
Todo era fotografía, siempre la fotografía, desde que descubrieron esa capacidad que tenía de recordar los momentos de manera muy exacta y hacer sentir a los demás que podían tomar siempre lo más emotivo de ello, sea para bien o para mal, y su capacidad descriptiva, podría recordar una calle con todas los edificios y sus colores sólo con haber visitado una vez el lugar, sus padres decidieron estimular su don.
Con sólo diez años le regalaron su primera cámara fotográfica, con la que experimentó y descubrió diversos matices de su talento con la mirada de una niña, agregándole esa particularidad.
Así, Silvia fue creciendo entre imágenes y recuerdos, su vida y habitación llena de ellos. Su desarrollo inmortalizado entre verdaderas obras o collages, cuadernos, diarios de vida, álbumes. Luego de terminar la carrera en la Universidad, decidió descansar. Era toda una vida de trabajo que ameritaba un reposo. Sus tíos en España, la invitaron de visita, sin pensar que el viaje sería más que un descanso. No estaba muy emocionada, sabía que viajar sola no sería divertido y tampoco le agradaba la idea de subirse a un avión, pero frente al prometedor respiro, decidió enfrentar sus temores e ir en busca de nuevos parajes que retratar.
Preparó sus maletas y partió, en el aeropuerto estaba nerviosa, pero no quiso alardear. Sólo lo hizo. Dentro de sí, pensaba, por qué diablos esto, por qué estoy tan enervantemente preocupada, digo, cosas así sólo pasan en las películas, quiero ser una mujer integral, una artista integral, tengo que abrirme al mundo, al mundo mundano, sí, ser mundana, y para eso tengo subirme a este avión, serán sólo un par de horas, podría doparme, podría alcoholizarme y sentir el vértigo y gozarlo, pero no, estoy tan consciente y tan aterrada, por favor, sólo quiero estar bien, qué karma.
En el avión todo estaba tranquilo hasta cuando ya estuvo listo para despegar, se aferró aterrada, casi injertándose en las correas del cinturón de seguridad, en ese instante apareció un hombre, visiblemente maduro pero atractivo para esa condición. Fue cuando creyó que no había podido superar su miedo y estaba alucinando de pánico. El hombre preocupado por el rostro de Silvia le preguntó acomodándose a su lado, ¿te sientes bien?, estás pálida. Silvia no respondió, la adrenalina estaba reventando su cabeza y no podía articular palabra por la sensación de muerte que sentía recorría su sangre. De un momento a otro todo comenzó a nublarse y tornarse oscuro.
Al rato Silvia despertó. Miró por la ventana y estaba en el aire, cerró rápidamente la cortina y respiró, al incorporarse se percató de la presencia del extraño. Tenía un libro de Fotografías, World in Pictures. Entonces no se controló. ¿World in Pictures?, qué… interesante.
Lo es. ¿Me permites? ¡Claro!.
¿Te sientes mejor? Hace un rato te desmayaste, fue un episodio gracioso. ¿No habías volado nunca?
No. Esto no es lo mío. Me gusta la fotografía, voy en busca de capturar otras formas, bajo mi enfoque, necesito atravesar océanos y desiertos y volcanes, me encantaría poder hacerlo por tierra, pero esto es lo normal, ¿verdad?
¿Lo normal? (Acercándose raudo al rostro de Silvia) ¿Acaso tú no eres normal? Y le quitó una mancha de chocolate que tenía cerca del labio. Ella ruborizada, sonrió y susurró -fue antes de subir al avión, para quitar la ansiedad.-
En el aeropuerto se despidieron. Silvia se repetía y repetía que no podía ser. Un hombre tan perfecto no se puede dejar ir así, de esta manera, estuviste y adiós, no. Tras el beso y el comentario de él, “captúralo todo, no hay sitio en Andalucía que no sea bello, ni sonrisa como la tuya, adiós Silvia, los caminos tienden acercar a la gente, suerte”, caminó en dirección opuesta a su desconocido y decía, no te vayas, quédate, quédate un minuto más, no te vayas, espérate. Y se volteó. El desconocido se había esfumado.
Llegando a la casa de sus tíos con una dificultad de extranjera primeriza, comprobó qué bello era Andalucía. Verde, amplio, puro. Frente a la casa de sus tíos había una enorme casa que parecía abandonada. Silvia soltó sus maletas en el pórtico de la casa de sus tíos y corrió con su cámara, eufórica hacia la enredadera que tenía por barrera. Pudo penetrar hasta el jardín y desde allí espió por las ventanas.
Todo estaba tenue, una especie de efecto sepia inundaba todos los espacios y despertaba la ansiedad de entrar y despolvar todo, perpetuar los detalles de tan magnifico lugar, pero cuando vió una fotografía inmensa que decoraba el salón de la casa, sintió un frenar de automóvil y nerviosa se asomó para averiguar quién se aproximaba. Era un hombre alto y completamente vestido de negro, tomó un portafolio y el carro partió. Silvia tomó fotografías del camino de la enredadera hasta la puerta del hombre y presurosa salto por una rendija que tenía la impenetrable hierba.
Regresó a su casa para por fin encontrarse con sus tíos, quienes la recibieron con abrazos y besos. Silvia habló de todos sus trabajos y cómo estaba la familia, pero inquieta, seguía concentrada en la idea de descubrir ese sitio. Por la noche, después de cenar, tomó su cámara y en puntillas se escapó. Corrió sin detenerse hasta una de las ventanas, donde divisó la silueta del hombre que tomaba un café mientras hojeaba un libro. Silvia sorprendida descubrió que era el extraño del avión.
Mientras maquinaba en un paseo de vaivén cómo hacer para entrar sin parecer evidente, una voz suave dijo –Te esperaba, has tardado-.
Silvia, nerviosa, se delató con una negativa de su cabeza, en ademán de me descubrió.
No creas que… yo sólo…
Lo sé, ¿quieres un café? Ahí esta cayendo el rocío de la niebla y pronto sentirás frío.
Claro.
Entró y quedó hipnotizada por cada detalle de la casa. Pero sin quitar su mirada de la espalda fornida de su extraño.
Estaba mirando estas fotografías, mira, las tomé hace un tiempo. Había un hombre que posaba en varias partes de la casa, y junto a los álbumes una tira de negativos.
Son muy buenas.
Aquí tienes tu café. Acompáñame, te gustara esto.
Lo siguió tímida, la condujo a una habitación que estaba en un pasillo largo y oscuro, encendió la luz y ahí estaba, un estudio de revelado. Silvia paseó por todo el lugar, dio giros y giros de emoción, que emborrachada la llevaron a los brazos del hombre. Ahí entrelazados por ese abrazo, fijaron sus miradas y sellaron ese momento con un beso, que luego los llevo a una cama y que terminó en un sueño tranquilo. Por la mañana cuando Silvia despertó había junto al lecho unas fotografías en las que aparecía ella dormida. Se levantó, buscó su cámara y recorrió la casa, en un baile donde el flash era el único paso que dar.
Así pasaron los dos meses de vacaciones de Lucía recorriendo prados en las que ella era la protagonista de fotografías y momentos perpetuos conservados en su memoria. Ante la inexorable partida de Silvia, Miguel, el desconocido prometió ir en su búsqueda al terminar asuntos que tenía pendientes en ese país. Silvia sabía que lo haría, había sido más que el viaje de su vida. Su felicidad allí. Odiaba tener que partir, pero creía en la promesa. Fue cuando lo besó por última vez dejándole una fotografía dedicada, y tomó el taxi al aeropuerto.
Cuando se besaron, Miguel sintió un desgarro en su pecho, sintió dolor, inexplicable, porque sabía que la seguiría aunque fuera al fin del mundo.
Al día siguiente comprendió el dolor. El avión de Silvia había caído al mar en un accidente, no sobrevivió.
Miguel no pudo con el dolor, y sólo una vez todos los años partía otra vez a Andalucía, a la casa, a recordarla, a recitarle con escenas que la muerte no estuvo, ella seguía inmortal en cada uno de los espacios en que estuvieron, en cada cuadro en que se besaron, en cada fotografía que ambos habían guardado. La misma que quedó en las aguas del Atlántico, aquella que le dedicó al partir.
“A veces los caminos acercan a la gente. Te ama y espera, Silvia”
0 Respuestas to “No sé qué ponerle, ¿ya?”